Pero siempre quedan resquicios al margen del imperialismo de
Don Dinero. Como si se tratara de una aldea gala liderada por Uderzo,
Los Soprano interrumpieron en 1999 para dar un puñetazo en la mesa y "Darle una patada en el culo" -como diría
Tony Soprano- a toda la telebasura mundial.
La realidad está empezando a darle la razón a los críticos, que decían que para ver buen cine no hace falta acudir a una sala, sino que
la caja tonta pone a disposición del espectador un sinfín de series que superan el nivel medio de la cartelera de más de la mitad de los fines de semana del año. No mienten, desde luego.
Sería injusto generalizar y establecer un nuevo dogma de fe al respecto, pero no por ello hay que dejar de ensalzar el
buen trabajo de los guionistas estadounidenses.
Una de las peculiaridades de
Los Soprano es que rompe con la sobreexplotada fórmula del
suspense de las teleseries. Los capítulos no finalizan en el momento en el que un hecho trascendental para la historia va a ocurrir -no es
Lost,
Prision Break o
Heroes-, sino que la tensión se logra explotando otras fórmulas.
Las seis temporadas -la última es doble- narran lo más banal de la mafia de
New Jersey. Para ello, se le dota de
una visión costumbrista. La historia arranca con una leve presentación del jefe del hampa de la zona.
James Gandolfini interpreta a Tony Soprano, un hombre arrogante, engreído y follador, que se da cuenta un día de que él es tan vulnerable como cualquier otro -de ahí a una depresión y a la psiquiatra-.
Carlos Boyero, crítico de
El País, la definió como una de las 10 mejores películas del séptimo arte. Yo no me atrevo a ello, no porque no me lo parezca, sino porque apuesto por la irrupción de un nuevo género dentro del cine. Si ya se habla de los telefims, porque no pensar en la independencia de las nuevas formas de expresión que las series explotan.
Aunque era muy difícil mantener la calidad durante
los 86 capítulos, los guionistas lo consiguieron. Además, regalaron al espectador un
sinfín de planos bellísimos -y no escatimaría nunca en elogios a la fotografía de la serie-, oscuros y llenos de metáforas.
Los Soprano es una serie de contradicciones, del enfrentamiento entre
las eternas dos caras del hombre. Un ejemplo claro. Todos los personajes se saludan con dos besos -claro símbolo de aprecio y respeto-, pero cada protagonista es capaz de anteponer sus propios beneficios a la vida de los demás. Aunque
siempre hay una excepción: La Familia -pero esta regla también se rompe-.
Esta serie ha demostrado que el arte no entiende de soportes o géneros, de formas de expresión e impresión.
Los Soprano es un homenaje a la vida -aunque haya que entenderlo desde la temática más recurrente, la muerte- y, sobretodo,
es un alegato a la lucha por quebrar el destino. "Quedémonos sólo con los buenos instantes", concluye Anthony.