Una excusa para hablar de la India, 'Slumdog millionaire'

Con un guión tramposo y sobresaltado, Slumdog millionaire (2008) utiliza a la éxotica India como principal instrumento narrativo en una película predecible y cargada de estereotipos -algo que ya hizo en su día, y mucho mejor, La boda del Monzón (2001)-. El metraje se centra tanto en describir la pobreza extrema de las clases bajas del país, que se olvida de profundizar en los personajes. Nos hallamos ante un esbozo de film, un pequeño esquema irregular, con altibajos continuos y excesivos flashbacks.

Todos esos defectos se sobreponen con un efectivo montaje, cargado de intensidad. La banda sonora es el acompañante idoneo a una perfección audiovisual brillante, con planos electrizantes y renovadores. Eso sí, lo que nos ofrece la imagen nos lo roba el guión. Queremos saber por qué los policías llegan a torturar al protagonista, pero la respuesta que se nos da es simple y banal. Igual de superflua que esa relación de amor eterno entre Jamal y Latika; o el heroismo de un hermano traidor y detestable que, por un instante, recapacita y es capaz de convertirse en mártir.

Es una cinta amable, familiar y especialmente palomitera. Lejos de la espléndida, esperpéntica y valiente Trainspotting (1996); Danny Boyle ofrece en esta ocasión un cine optimista. Desde el minuto uno sabemos que todo saldrá bien y, justo eso, le resta verosimilitud y dramatismo a la película.

El concurso televisivo 50x15 -o ¿Quieres ser millonario?, según nos dé por llamarlo de una forma u otra- es un factor adicional, un eje para una narración centrada en explicar otros menesteres. Es una excusa para hablar y describir a la India, para relatar lo excéntrico e irracional.

Una comedia sin más, pero tampoco sin menos, 'Rivales'

La comedia española ha sabido regenerarse en la última década. Quedan ya lejos las cintas de José Luis López Vázquez -y su grito de guerra: las alemanas-, imbuidas de un casticismo español demasiado rimbombante. En 2002 hubo una película, El otro lado de la cama, que revitalizó el género y le dio alas a una tropa de buenos actores que se desvivían en las series de televisión. Desde entonces se ha intentado repetir la fórmula: Días de fútbol (2003), El penalty más largo del mundo (2005), Los dos lados de la cama (2005) y, el pasado año, Rivales (2008).

Dirigida por Fernando Colomo -ya conocido por sus famosas Bajarse al moro (1989) y El efecto mariposa (1995)-, el filme narra las aventuras y desventuras de los padres de dos equipos de futbol infantiles, uno catalán y otro madrileño, que van a Sevilla a enfrentarse en la final nacional. Dejando de lado los estereotipos regionales que salen a relucir, la película ahonda en las histriónicas características de unos personajes exóticos y delirantes. Así, con un correctísimo guión, los diálogos simples (pero efectivos) logran entretejer una divertida y entretenida comedia.

Para ello, se echa mano también de un muy aceptable reparto. Habría que empezar con el hilarante y mordaz Gonzalo de Castro, que -aunque da vida a un secundario- sabe dotar de autenticidad a su personaje y a todos los que lo acompañan. Ernesto Alterio también logra conjugarse con ese padre perdedor al que interpreta, relleno de lagrimones moralistas de quita y pon. Incluso Santi Millán, Rosa María Sardà o Jorge Sanz tienen escenas brillantes en esta obra coral que no peca de demagógica.

Así, entre altibajos, avanzamos por una narración desvirtuada de ritmo, dominada por la irregularidad de la intensidad a lo largo del metraje. Al final, todo se resuelve de manera simplista entre una marabunta de tópicos del género, resolviendo la situación con justamente lo esperado. Es una comedia por encima del montón, pero no hay mucho más.


Euskadi según Hollywood

En algún post cercano hablábamos de los prejuicios y demás historias. Mientras algunos han observado la Semana Santa sevillana con un prisma demasiado especial, en Hollywood también intentaban desentrañar los entresijos de Euskadi. Ya se había visto en un capítulo de McGyver como éste luchaba contra unos revolucionarios vascos -que vivían en cabañas con bananas colgadas en las puertas-, pero hay que reconocer que la cantidad de fragmentos recogidos en este video son inmejorables:

Sólo queda el mito, 'Los Inmortales'

Las películas se pueden convertir en auténticos referentes culturales para una generación. Es el caso de Los Inmortales (1986), objeto de culto para todos aquellos adolescentes de los 80 que llevaban los jeans por encima de la cadera. Dejando de lado hombreras, coderas y chaquetas nevadas de la época, el vestuario reviste una banda sonora excepcional -Queen resuena como nunca- y da forma a un guión demasiado pobre.

Los efectos especiales, artes marciales y piruetas de los protagonistas pretenden suplir una historia cogida con pinzas. Es simplona y facilona. Incluso los flashbacks parecen incrustados a regañadientes en una narración muy lineal, que mezcla alocadamente espadas del siglo XVI y una estética modernista -cosas del Nueva York y el mítico humo que sale de sus alcantarillas-.

Pero a pesar de todo ello, la cinta se degusta como un postre a media tarde. Puede ser por el halo de misticismo que Christopher Lambert sabe otorgarle a la película o, quizás, porque Sean Connery vuelve a ser un maestro de la interpretación cuando se enciende la cámara -además, podemos verlo en su primer papel como mentor, que después repetirá en filmes como El nombre de la rosa (1986), Indiana Jones y la última cruzada (1989) o La roca (1996)-.

El film es repetitivo, aburrido en muchas ocasiones y superfluo a la hora de ahondar en sus protagonistas. Cuando se estrenó no tuvo mucha repercusión, pero poco a poco se fue convirtiendo en la película de ciencia-ficción del recuerdo, en el elemento reivindicativo de una juventud perdida por aquellos que ahora gastan corbatas y se afeitaron el bigote hace tiempo.


Del popart o del popmusic

Los pequeños detalles cambian tanto las cosas. Así, se puede cantar en el cine o cantarle al cine. Se puede dedicarle una melodía al séptimo arte o servir como hilo conductor de una cinta. En su día, trajimos a la palestra el homenaje a Truffaut de Poncho K; pero también la flaqueza de Extremoduro. Y todo esto viene al caso, porque en el metro de Bruselas -que no me canso de recorrer en el último año- no hago más que escuchar una canción de Mecano, El Cine. Habrá que ponerla, ¿no?:


La Semana Santa sevillana según 'Misión Imposible II'

Los estereotipos son odiosos, pero al menos se basan en generalizaciones simplistas y reduccionistas. El problema de éstos es que asientan prejuicios infundados. El cine está lleno de ellos, desde luego. En las películas de España hay tablaos flamencos en todas las esquinas del territorio nacional -desde Algeciras a Ferrol-; en Francia todos llevan boina, ya sea el más bohemio de París o un campesino de la Bretaña; y en EEUU (tierra por excelencia de generalizaciones) hay animadoras, pringaos con gafas y quarterbacks. Todo esto se reduce a meras anécdotas cuando decidimos traspasar las fronteras, pero ¿y si se da una imagen absolutamente equivocada? Es lo que ocurrió en la horripilante Misión Imposible II (2000). Ambientada en la Semana Santa sevillana, la cinta refleja unas procesiones un tanto especiales. No hay nazarenos. Sólo gente que porta antorchas, quema a sus santos y gente borracha que porta un pañuelo de San Fermín al cuello. Mirad, primero. Después, reíd o llorad (es cosa vuestra):

Buscando el 'american dream'

Will Smith es el gran Rey Midas de Hollywood. Lo dicen las estadísticas y los expertos en la explotación del celuloide, pero sobre todo lo gritan las ingentes cantidades de dólares que se acumulan en las arcas de las productoras que apuestan por el gran Príncipe de Bel-Air. Allá por los 90, tuvo su época dorada en la televisión -acompañado por el bailón Carlton Banks- y desde que se decidió por el séptimo arte, no hace más que imponer su imperio con taquillazos. El pasado año hizo doblete con Hancock (2008) y Siete almas (2008), aunque en esta ocasión nos retrasaremos un poco más en el tiempo para poder hablar de En busca de la felicidad (2006).

El actor estadounidense interpreta a Chris Gardner, un inteligentísimo soñador que tiene que combinar el criar a su hijo -el propio infante de Smith- con su periodo de prácticas en una compañía de bolsa. Lo que comienza como una fábula sobre la inestabilidad económica de la baja clase media americana; se pierde en el intento de entremezclar la mirada ingenua del niño con el amor incondicional de un padre que arrastra la sensación de poder fracasar.

El inconsistente guión se sobrepone a la personalidad de Smith, que asume la responsabilidad de la película y se echa a la espalda 90 minutos de desgracias y sensiblería. Hay tiempo para pañuelos y mocos, para risas y cubos de rubik. Incluso el vestuario de los 80 es objeto de oportunas bromas sobre pantalones y camisas.

Al final, lo que se quiere demostrar no es ni mas ni menos que la suprema existencia del sueño americano, auténtico protagonista de la cinta. Ese ente superfluo e intangible, que sobrevuela la mente de una población que decidió en su día aferrarse a lo posible y renunciar a la realidad.

'Compañía' y soledad

Volvamos con esas pequeñas obrillas llamadas cortometrajes. En esta ocasión, traemos la obra de Alex Hernández titulada Compañía (2005). No parece una pieza excepcional, pero si que se puede vislumbrar en ella una poética diferente. Es una especie de respuesta a esas dos soledades que diferenciaba Antonio Gala: la deseada y la impuesta. Más allá, se salvan algunos planos cotidianos; pero tampoco gritemos muchos olés.