Y si vamos a ver una de miedo o 'Eso'

Aprovechando la señalada fecha que nos depara el calendario -esta semana es Halloween-, me parece oportuno recuperar una de mis películas preferidas de terror. A pesar de que seguramente no está entre las más conocidas del género, It (1990) de Tommy Lee Wallace, es una sencilla muestra de lo agradable que se puede hacer una sesión de miedo.

Basada en la novela homónima de Stephen King, un divertido payaso llamado Pennywise irrumpe en la vida de Los Perdedores -siete niños no muy populares-. Son numerosos los homenajes que se han rendido a esta película y destaca sobretodo la referencia que se hace en un especial de la Noche de Brujas de Los Simpson. ¡Qué casualidad!

Cuando se muestra un solo Camino

El poder del séptimo arte reside en su capacidad para transmitir sensaciones. Pero hay casos en los que el omnipotente cine sólo puede provocar una indescriptible angustia. Es el caso de Camino (2008), de Javier Fesser. Este, como bien decía Carlos Boyero, es un film que se sufre; porque el director narra una trama salvaje e injusta, que desgarra las paredes más protectoras del alma.

La cinta es atroz simplemente porque la víctima de la barbarie es una niña enferma y desamparada -sobrotodo, espiritualmente-. Fesser quiere contar una historia que haga entrever las intenciones malévolas del autoritarismo y sectarismo en nombre de un Dios. Para ello, la obra retrata una fábula desvirtuada de su final feliz y el cineasta ejerce como torturador de un público absorto.

El metraje -cargado de metáforas, dobles sentidos y diálogos inquietantes- llama a una reflexión que se apoya en unos personajes muy trabajados. Desde la abnegada madre -que representa, tal vez en demasía, un papel ruin y perveso-, hasta el impotente padre que sólo quiere amar a sus hijas. Tan sólo chirría las excesivas escenas de quirófanos y las repetitivas pesadillas, pero los niños -en especial Nerea Camacho- dotan a la cinta de un realismo mágico.

De por si, hablar del Opus Dei ya genera polémica. Esta secta de carácter totalitario y retrógrado ha salido a la defensiva, volcando en los blogs un sinfín de comentarios donde desaconsejan la visualización de la cinta. En ese despliegue de medios no sólo critican al film -entre sus argumentos destaca el considerarlo un ataque contra la familia en la que se inspira la película-, también marcan las directrices claras a seguir: no se debe ver Camino.

Pero no se equivoquen. Fesser ha conseguido erigir una tragedia asentada en tres pilares básicos: infancia, vida y libertad. Desde ellos, rescata una crítica al injusto poder de los fundamentalistas religiosos - que existen en España-, cargada de estereotipos pero válida en muchos sentidos.


Joven e irreverente, 'Ópera Prima'

En 1980 muchos se debieron hacer mayores de repente. Se sintieron más viejos y no podían con los jóvenes recien salidos de la adolescencia, añorantes de los hippies y la vida de los sesenta. Ópera Prima (1980) de Fernando Trueba, gira en torno a la idea nihilista que invadió el cine español de los ochenta.

Esta obra del director madrileño tiene un único protagonista, Matías -interpretado por un excepcional Óscar Ladoire-, que absorbe al resto de personajes, los hace inocuos y meros extras para su historia. Este joven periodista de 25 años, separado y con un hijo, se enamora de su prima, Violeta, de 18 .

Con Madrid como espejismo del cambio, la cinta cuenta con un guión excepcional, plasmado en los oportunos monólogos del héroe. Trueba capta un pedazo de la vida urbana, lo traslada al metraje y se lo entrega a los actores, donde también destaca la frescura y espontaneidad de Antonio Resines, aún con melena.

Es la joven película del cineasta: irreverente, subersiva y falta de respeto hacia la época que terminaba y a la que empezaba. Se resume con ingenio: "Desde que dejé el rollo intelectual, follo mucho más".


Tráilers de 'Watchmen'

Tras el decepcionante tráiler de Dragon Ball y las consiguientes críticas que se han sucedido en internet, se ha dado a conocer la noticia de que los directivos de la 2oth Century Fox han ordenado a su director grabar más escenas para maquillar el resultado final. Desde luego, todo apunta a que no será Son Goku el gran superhéroe del 2009.

Sin embargo, la nota positiva de este nuevo género cinematográfico -impulsado en el último lustro- parece que va a ponerla la superproducción Watchmen, esperada para marzo y dirigida por Zack Snyder.

Segundo tráiler de Watchmen:



Primer tráiler de Watchmen:

¡Respira libertad!

El neorrealismo italiano ha hecho mucho bien por el cine. No sólo por esas obras maestras que restan en los estantes de los vídeoclubs y el recuerdo de los cinéfilos -hablo sobretodo de El ladrón de bicicletas (1948) de Vittorio de Sica y Roma, ciudad abierta (1945) de Rossellini-; sino porque todo el séptimo arte creado desde entonces en las antiguas tierras romanas mantiene siempre ese regusto poético que sólo la cotidianidad sabe otorgar.

Respiro (2002) bebe de la herencia propia de su tierra. Su director, Emanuele Crialese, logra que el film mantenga una fuerza dramática basada en el contraste sentimental de los protagonistas. El enfrentamiento entre las distintos egos del propio individuo marcan el eje fundamental y, a partir de estos, el espectador puede trasladar las metáforas existenciales a su propia dimensión.

La cinta narra la historia de una familia asentada en la isla de Lampedusa, al sur de Sicilia. El público puede captar fácilmente la existencia de dos núcleos principales de personajes. Por un lado, el padre y la abuela, que representan la moral tradicional, la herencia del qué dirán y el arrepentimiento. Por otro, la madre y los tres hijos -dos adolescentes y un niño-, que son puras metáforas de la libertad y, aunque cada uno representa una vertiente diferenciada de ella, las personalidades de los pequeños se aunan en la de su progenitora.

Los paisajes mediterráneos sirven para ahondar en la lírica existencialista. Desde esa continua oda a la infancia, tan presente en la nostalgia nihilista, el metraje plasma la fábula más auténtica del libertinaje incomprendido, del amor filial y el rechazo social. Una mujer que tan sólo desea mostrarse tal como es, pero que es vilipendiada por la conciencia colectiva -reflejada en algún momento hasta en la relación con sus hijos-.


Por excelencia, la ciudad muda

El cine mudo es uno de los grandes retos para los espectadores del siglo XXI. Adentrarse en los entresijos de un lenguaje audiovisual precario y en construcción se hace muy complicado y, en muchos casos, aburrido. En primer lugar, hay que analizar cómo se veía el cine por aquel entonces. Dejemos de lado las salas silenciosas, porque el público de principios del siglo XX gritaba -y mucho-, insultaba, interpelaba y aplaudía (como se hiciera antiguamente en el teatro de comedias).

Si empenzamos por comprender este contexto cinematográfico, podemos lanzarnos a la aventura. Así, revolviendo en el género de la ciencia-ficción, hallamos Metrópolis (1927) -dirigida por el alemán Fritz Lang-. Hasta que en junio de 2008 se encontró en Buenos Aires una copia con casi la totalidad del metraje, se calculaba que una cuarta parte de la cinta se había perdido. Una pena, porque esta película es un adelante a su tiempo.

Ambientada en el año 2026, Metrópolis narra el enfrentamiento entre las dos únicas clases sociales existentes en una macrociudad inspirada en la modernista Nueva York. Con una estética que bebe del expresionismo alemán, el director se enzarza con la crítica ideológica: parte del típico reproche marxista (la explotación de los poderosos a los débiles), pero se adentra también en la censura intelectual del comunismo para reprochar el absurdo "fin que justifica los medios".

Desde luego, 1927 fue un momento clave para el enriquecimiento de las herramientas comunicativas del séptimo arte, ya que por esas fechas Eisenstein también estrenó Octubre (1927) -desconocida para muchos, pero muy superior a El acorazado Potemkin (1925), en cuanto a fuerza dramática se refiere-.

Aunque a Lang le interesaba mucho más explotar las capacidades técnicas, la importancia del guión -desarrollado por su esposa, Thea Von Harbou- empieza a ponerse de manifiesto. No hay que olvidar que el film tiene como objetivo resaltar la fuerza expresiva de la imagen y lo consigue, sobretodo en algunas escenas sobrecogedoras: como el espeluznante baile de Brigitte Helm o la secuencia en la que los niños huyen de la ciudad inundada.


Siempre digo la verdad...

"Siempre digo la verdad, incluso cuando miento digo la verdad", Al Pacino, El Padrino (1972)

Este post es un pequeño paréntesis del blog, un punto y muy seguido, espero. No es más que un pequeño comentario para agradecer a los ya más de 1.000 usuarios únicos que han accedido a ¿Y si el cine empieza en la red?.

Han pasado ya más de seis meses desde que empezara este pequeño y personal proyecto y no ha hecho más que darme alegrías. En primer lugar, gracias a todos aquellos amigos que acceden de manera regular y comentan -Alex, Moncho, Curro, AC, etc-. También a los que se asoman a esta ventana desde zonas tan distantes de España, como el nicaragüese Nimrod, autor del blog Y ahora ¿de que vamos a hablar?, que nos acercó al mundo latinamericano en su post sobre Blogs de Cine.

Por su puesto gracias a todos los que en algún momento se han sentado a ver una película conmigo o han discutido sobre cine, porque ahí es donde nacen las ideas de cada día. Agradecer también a todos los bloggers que me han enlazado -que han hecho posible alcanzar esta humilde, pero orgullosa, cuota de lectura y que esperemos siga creciendo- y al Diario 20 Minutos por permitirme estar entre los nominados a Mejor Blog de Cine dentro de la III edición de sus Premios.

No me enrollo más, ¡Muchas Gracias a todos!

"¿Has terminado ya?, porque me importa una mierda lo que sepas o no sepas... te voy a torturar de todos modos", Michael Mardsen, Reservoir Dogs (1992).

Abusos de la crítica

Empiezo bastante directo: me gusta Carlos Boyero. Sí, es así. Detesto al Carlos Boyero de Canal Plus, un tío que no tiene la capacidad comunicativa necesaria para la televisión; es lento, previsible y sin su ironía característica. En cambio, en El País -y antes en El Mundo- es diferente. Muestra una arrogancia detestable, un cinismo arrollador y una falta de respeto hacia lo que él considera un engañabobos; que lo hacen muy atractivo para el lector.

En ciertos momentos me recuerda al ingenioso Woody Allen -sobretodo en algunas respuestas que da en sus continuos foros con los lectores-, pero siempre al Dr. House. Si algún día necesita un bastón, los parecidos empezarán a ser muy razonables.

Bueno, y todo esto por qué viene. Básicamente por comentar un poco el denominado "caso Boyero" que saltó a la palestra el pasado mes de septiembre tras la Mostra de Venecia. En una carta a El País, un grupo de personas relacionadas con el ámbito cinematográfico pedía al diario que aclarara "si su postura coincide básicamente con la que se desprende de los textos de su cronista", ya que Carlos Boyero abandonó la proyección de la última película de Abbas Kiarostami. Según los firmantes de la misiva: "Una anécdota que pone en evidencia que su protagonista no sólo ha renunciado a la crítica, sino que ha faltado a su deber como informador, demostrando su falta de respeto hacia los lectores".

A raíz de esto, las discusiones en blogs -como en el de los firmantes- y páginas de internet se han multiplicado. No quiero meterme a defender a unos o a otros, porque me falta conocimiento; lo que si me voy a atrever es a contar qué pienso sobre la figura del -redoble de tambores y ¡tachán!-: critiquillo cultureta -muy del lado de los autores de la carta-. Este ser, elitista como poco, se ha criado entre el egocentrismo del autor fracasado y la creencia de la culpabilidad ajena ("son ellos, que no me entienden", gimen algunos); y defiende a capa y espada la experimentación audiovisual, el cine de minorías y los estrambóticos artistas orientales.

Acusan al resto de no ser paladines de sus cruzadas y de no comprender el "cine de autor" -¿"de autor"?, esta expresión me parece inapropiada-. Son progres y adoran ir a los cines de barrio a ver las películas en versión original y, según ellos, así deberían proyectarse en todas las salas para que el pueblo de España aprendiera de una vez inglés (como en Europa, ¡ay, y como les gusta Europa!).

Por Dios, el cine yanqui es además un insulto -¡donde se ponga Truffaut y los franceses!- y les cuesta reconocer que en Hollywood se han hecho las mejoras películas de la historia.

Bueno, ahora reseteen, todo lo dicho de este punto para arriba es ridículo y absurdo, porque me baso en clichés y estereotipos. Y ahí es donde quiero llegar. Los firmantes de la carta acusan a Boyero de ser un obstáculo para el cine independiente, lo que ellos consideran unánimemente como arte. El problema es que estos no tienen ninguna capacidad para realizar dicha afirmación, porque el arte -lo crean ellos o no- es tan subjetivo, que depende de la mirada del autor y del espectador.

Por tanto, Boyero utiliza un estilo diferente al resto -un elemento innovador que debería reconocérsele- y habla de lo que siente al ver un film, lo que le transmite. Así, nadie puede criticar una impresión.

Esta situación empieza también a marearme; porque si Boyero es crítico y los firmantes de la carta critican al crítico; y yo con este post critico a los críticos del crítico; y en los comentarios del post se critica al crítico de los críticos del crítico; y...

"Muchos críticos de hoy han pasado de la premisa de que una obra maestra puede ser impopular, a la premisa de que si no es impopular no puede ser una obra maestra"


Tráiler de 'Camino'

Este viernes llega a las pantallas españolas la película más sobrecogedora realizada hasta el momento por Javier Fesser, Camino (2008). La cinta, basada en hechos reales, narra la historia de una niña de 14 años que murió en 1985 tras diez años de enfermedad.

Con esta obra, el director -lea la entevista concedida al compañero Samuel Rodríguez- vuelve a recuperar el aval de la crítica, que ya obtuviera con sus alocados cortometrajes y con una de las obras maestras de la comedia española: El milagro de P. Tinto (1998).

El tráiler impresiona:

Cómo ser parte del viento

Nos adentramos en el diccionario de la RAE y encontramos que, en su tercera acepción, define "poética" como un adejtivo "que participa de las cualidades de la idealidad, espiritualidad y belleza propias de la poesía". Esas tres características se aunan de manera perfecta y representan al cine de Sean Penn de la forma más correcta y precisa.

Penn es un poeta con cámara, un lírico a quien alguien en su día le dio una claqueta y que aprendió a acompasarla al ritmo del desfile audiovisual. Este cineasta dota a todos -¡a todos!- los planos de una belleza intrínseca, como si ya estuviera allí antes de su enfoque; y, aunque sus películas pueden llegar a ser lentas, el dramatismo de sus cintas compensa toda clase de desfases.

Para hacerle justa mención, hay que comenzar por visualizar la pequeña obrilla que dirige en 11'09''01 (2002), donde su fuerza emocional atraviesa la pantalla e impacta en el espectador. Pero es con Into The Wild (2007) -Hacia rutas salvajes, en español- donde pone de manifiesto todas sus cualidades poéticas.

Basada en una historia real, la cinta narra la historia de un joven, Emile Hirsch, que lo deja todo -quema el dinero que tiene, abandona su coche y su casa, rompe toda relación con su familia, etc.- cuando termina la carrera de Derecho, porque quiere alejarse de la sociedad y entrar en contacto directo con la naturaleza. Para ello, durante más de dos años recorre los Estados Unidos, de camino a Alaska, donde espera la ansiada soledad.

Desde su estreno, el film se convirtió en un referente de las road movies -nominada a dos Oscars, dos Globos de Oro y cuatro Screen Actors Guild-, donde el viaje idealista del joven protagonista es el eje fundamental del metraje. También es verdad que esta película lleva a engaños, pues lo que el espectador cree un trayecto hacia la libertad, no es más que un falso camino que lleva a la infelicidad (aunque suene cruel).

Pero Penn no se queda en el alegato naturalista, profundiza en los enfrentamientos utópicos, muestra el sufrimiento de la familia del joven y recuerda la importancia de la convivencia social a la hora de hallarnos como personas y encontrar ese rincón espiritual y existencialista -vetado para la mayor parte de los mortales-.

Lo que encontramos fotograma a fotograma es un alegato humanizador, un biopic que critica el consumismo occidental y el sistema capitalista basado en las jerarquías y objetivos. El cine de Penn hay que degustarlo, no beberlo; removerlo en la copa de cristal del cine, olerlo y esperar que todos los poros sensitivos del cuerpo descubran la magia del arte.

"Hay personas que creen no merecer el amor. Se suelen dirigir hacia los espacios vacios para así tapar las brechas del pasado":


Frases para la historia (I)

El cine es sueño y los sueños cine son. Así se resume la capacidad emotiva del séptimo arte. Los Lumière nunca imaginaron lo lejos que llegaría su idea; porque, aunque los personajes o situaciones sean inverosímiles y los diálogos infructuosos, el poder de la palabra y la imagen traspasan la pantalla.

Algunas escenas restarán para la historia:

Gladiator (2000), "Mi nombre es Máximo":




Braveheart (1995), "Hijos de Escocia":




Terminator 2 (1991), "Hasta la vista, baby"




American History X (1998), "Mi conclusión":




El Club de la lucha (1999), "Bienvenidos al Club de la lucha"

G(uerra)arbavica

Corría el mes de abril de 1992: comenzaba la Guerra de Bosnia. En los inicios del conflicto, las fuerzas serbias atacaron a toda la población de diferente etnia del este del país. Así se hicieron famosas las zonas de Grbavica y Foca, donde se sucedieron las masivas detenciones y fusilamientos. Un gran número de mujeres y niñas fueron encerradas en centros de detención en condiciones infrahumanas: las violaciones eran tan comunes como el hambre y la carencia de higiene. Por estos delitos, sólo hubo ocho condenados y la mayor pena fue de 34 años de cárcel.

Años después, acabada la guerra, se enmarca Grbavica. El secreto de Esma (2006) -ganadora del Oso de Oro en Berlín-. En esta película se narra la historia de Esma, una madre que quiere a toda costa conseguir el dinero suficiente -200 euros- para que su hija, Sara, pueda participar en un viaje organizado por el colegio. A la protagonista, Mirjana Karanovic, le saldría por la mitad si obtuviera los papeles que reconocen a su marido como mártir -asesinado durante la guerra- pero, a pesar de la insistencia de Sara, le da largas al tema.

La sorpresa, ese secreto, está bastante clara desde el principio y se muestra en la relación de Esma con los hombres. Si nos fijamos bien, todos los detalles, actitudes y gestos, señalan en la misma dirección. Y aunque al espectador no le resulta complicado captar el mensaje, a la directora de la cinta -Jasmila Zbanic-, como a su protagonista, le cuesta reconocer el problema.

El drama de un país y la vergüenza de un continente, eso fue la Guerra de Yugoslavia. Muertos y más muerto; porque para algunos el poder, el dinero y la patria, están por encima de la vida. Pensar que tras más de una década, aún hay locos en Europa que justifican la violencia en nombre de Dios o su país. Tan claro lo dejo Zbanic: "...in 1992 everything changed and I realised that I was living in a war in which sex was used as part of a war strategy to humiliate women and thereby cause the destruction of an ethnic group! 20,000 women were systematically raped in Bosnia during the war."


Perdonado en Un Mundo Perfecto

La cara de chico malo de Clint Eastwood se ha ido diluyendo con el tiempo. La faceta de terco e incomprendido del protagonista de los westerns más aclamados por el público y por la crítica hace mucho que se completa con características más humanizadoras. Eastwood es uno de los mejores directores del cine actual, capaz de dominar todos los géneros: tanto delante como detrás de las cámaras.

Si repasamos su filmografía como director -la de actor también se las trae-, películas como Million Dollar Baby (2004), Mystic River (2003) o Unforgiven (1992) son sencillamente obras maestras del séptimo arte, donde se profundiza en el tema fundamental de este cineasta estadounidense: la doble moral.

Es en ese juego donde se cuela otra de las grandes cintas de Eastwood: Un Mundo perfecto (1993). Si fuera cualquier otro su autor, esta película sería una de las primeras de su currículum, pero ¡claro! hablamos de Clint.

La trama cuenta con dos protagonistas: Kevin Costner -que interpreta a un preso fugado de la cárcel, Butch- y T. J. Lowther -el pequeño de ocho años, Buzz, mini ego de Costner-. A través de estos dos personajes, el director ahonda en las relaciones paternales y, sobretodo, en la carencia de ellas. La idea de estos personajes parte de contraponer los mismos carácteres pero en distintas etapas de la vida. Así, Buzz será Butch en un futuro y Butch ha sido Buzz en el pasado. La moraleja en este sentido se reduce a la posibilidad de cambiar tu destino: el contacto entre ambos modica el sino de Buzz.

Con secundarios de lujo, la narración adquiere la capacidad para contar mucho más: Laura Dern, Bradley Whitford o el propio director, quien retoma el papel de sheriff -nunca olvidará sus orígenes- y con vaqueros y sombrero representa al policía capullo y justo, tan sólo querido por quellos que comparten sus principios.

Pero el mensaje es mucho más completo y cada resquicio del guión, todo minúsculo detalle, se adhiere a la historia y la dota de más fuerza dramática. Las prohibiciones de la madre del niño -derivadas de sus creencias religiosas, es Testigo de Jehová- sirven en los primeros minutos del metraje como excusa para la rebeldía, el enfrentamiento con nuestro ego freudiano; pero a medida que avanza la cinta, Eastwood se deleita con la infancia y demuestra ese deseo de regresar a los brazos de su progenitora.

"In a perfect world there will be not crime, not fear, not prisions":

Grite al acomodador: ¡Qué paren esto!

El cine de terror es uno de los géneros más utilizados por Hollywood a la hora de intentar generar beneficios. Ideas propias y remakes de filmes extranjeros se explotan a partes iguales -The Ring (2002) o la aún por estrenar Quarantine, basada en la española REC (2007), son algunos ejemplos-. Pero el excesivo uso de las mismas fórmulas desgasta a cualquiera y ese es el caso de Reflejos (2008), remake de la película coreana Into the Mirror.

Aunque es falso que el cine estadounidense se esté quedando sin ideas -por mucho que les duela a muchos, el mejor séptimo arte se ha hecho en los Unites States of America-, los productores empiezan a pasarse de la raya con este tipo de cintas, que no aportan nada nuevo.

El protagonista, Kiefer Sutherland -más conocido por su papel de Jack Bauer en la serie 24- se tira hora y media aburriendo al público. Desde la primera escena, el metraje flaquea y a lo único que puede recurrir el guionista es al recurso facilón de la sangre como medio de atracción.

Las secuencias de terror son irritables para el espectador, que termina riéndose y resignándose por los seis euros que le acaban de robar en la taquilla de la entrada. Si hubiera que salvar algo, tan sólo un par de planos donde el director, Alexander Aja, acierta -hombre, algo tenía que hacer bien- y juega con la cámara y los espejos.

Pero es que el film no tiene nada mas. Es horrible hasta decir basta: infumable y, por supuesto, nada recomendable. ¡Ni se les ocurra!


Tráiler de Dragon Ball

"Thanks to an anonymous source, we have received a longer version of the leaked trailer posted yesterday". De esta forma comenzaba en el blog Dragon Ball: The Movie el post que reconocía la filtración del tráiler de la nueva película de Dragon Ball (prevista para 2009). Hay que empezar diciendo que éste es uno de los proyectos que más expectación a causado en la red -la relación friki entre Goku y la informática es indudable-, y que son miles los falsos tráilers colgados en el Youtube.

Por lo que respecta al filme, aún se sabe muy poco, pero el fragmento del metraje que nos ha llegado apunta a ¡fiasco!, a una decepción de tintes estratosféricos. Creo que es imposible trasladar Bola de Dragón a la gran pantalla por una razón fundamental: el lenguaje utilizado por Toriyama en su manga no puede ser llevado como tal al cine y en el momento en que modificamos el útil comunicativo, la historia de Son Goku pierde toda su fuerza.

Eso sí, siempre podremos enfrentarnos a una nueva película de efectos especiales (que envejecerán en pocos años) o de chinos pegándose hasta el éxtasis -y sin la estética de Tarantino en Kill Bill (2003)-.

Trailer de Dragon Ball:

¡Qué me pongan una tele, joder!

Ya advertí hace tiempo que dejaran de comprar entradas de cine y acudieran a las tiendas a por el mejor televisor que encontrasen -sí, ese de pantalla plana y 'no sé cuántas pulgadas'-, porque les va a hacer falta. Por mi parte, tengo muy claro donde se está creando el mejor arte audiovisual de la época y, aunque a muchos les pese, es en la televisión.

Aunque nadie me hizo ni puto caso -hombre, siempre hay alguien, no hay que ser radical-, es ahora cuando el diario El País lanza un artículo confirmando mis teorías (que tampoco eran tan mías). Así, a través de un reportaje bastante interesante desentraña lo más profundo del nuevo producto estrella de las cadenas: las series.

El ala oeste de la Casa Blanca, Expediente X o A dos metros bajo tierra, son las bases que se mencionan. Y de ahí a la nueva constelación del presente: Californication, House, Lost y un interminable etcétera.

El artículo parte del academicismo de Millás -"Las series son en el siglo XXI lo que fue la gran novela del siglo XIX"- y continúa con su propuesta más interesenate del diálogo intergeneracional: "¿Qué joven piensa en escribir hoy día Guerra y paz?. Lo lógico es que quisiera hacer Los Simpson o Perdidos".

A todo este análisis le sumamos las críticas de autores a series ya consagradas y clásicas. Son cinco, aunque sólo merecen verdaderamente la pena las de Fernando Savater a Los Simpsons y Juan José Millás a Perdidos. Una pena que la de Los Soprano se la hayan dejado a Javier Marías -aún reumático, sin tiempo para recuperarse tras escribir sus más de 500 páginas de turno para su último libro -.

Y, aunque el aceptable José Manuel Sánchez Ron consigue aprobar, tenemos que volver a leer a la omnipresente diosa de El País, Maruja Torres. Hagamos un llamamiento: que alguien mate a su ego literario -¡Que lo metan en un saco, le den de palos y lo tiren por un risco!-. Que esta mujer siga siendo uno de los baluartes del diario español de mayor reconocimiento internacional es un insulto para sus lectores. ¡Señora!, que le falta clase y frescura, innove algo, hable de algo nuevo. ¡Sorprenda, coño, sorprenda! Un consejo: mire la tele y aprenda de sus series.

En lo social y lo político: Marlon Brando

Ambientada en una colonial isla del Caribe del siglo XIX, la película Queimada (1968) de Gillo Pontecorvo -autor de otras obras como Operación Ogro (1979) o La Batalla de Argel (1966)- narra la liberación de los esclavos del yugo portugués.

Sir William Walker -interpretado por Marlon Brando- es enviado por el Reino Unido para realizar un juego político a tres bandas: provocar la revuelta de los esclavos; aliarse con los potentados de la isla, asegurándoles el poder político; y romper el monopolio portugués que existía sobre el mercado del azúcar.

La visión moral del director de la cinta -reconocido activo comunista y antifascista- también se muestra a lo largo del metraje. El paso de la esclavitud a la explotación obrera es el punto de reflexión básico de la película, que parte de los puntos marxistas elementales y medita sobre los abusos a los trabajadores. A través de una visión muy crítica, explaye su mirada continuista de la historia.

Uno de los protagonistas, José Dolores -Evaristo Márquez-, es el que se encarga de argumentar dicha idea: "La libertad no llega sola, hay que conseguirla". Con esta declaración de intenciones, el autor nos enmarca también en otro cuadro político: las guerrillas.

De esta forma, el capitalismo es el tema principal de la cinta y Walker representa la doble moral del colonialista del siglo XIX: la imposición de un modelo social idéntico en el fondo -explotación del más débil- pero que difiere de su predecesor en las formas.

Por su parte, el personaje de Márquez personaliza la figura del líder revolucionario y, aunque en algún momento de la película juega con la tentación dictatorial, termina por idealizar una lucha que está perdida desde el principio. Y cuando José Dolores consigue comprender el mecanismo político, tan sólo puede resignarse a escupir a la cara de Walker, a quien ni el último arrepentimiento le salva de su destino: aquel que obra mal recibe su castigo -discurso moralista facilón y recurrente-.