Tráiler de 'La Ola'

A La Ola (2008) se le considera la cinta alemana del año. Desde las tierras germanas llega una nueva historia inspirada en el autoritarismo nacionalsocialista. A través de la crítica al sistema y al revisionismo histórico, plantea una cuestión muy simple: ¿Crees que el terror del Tercer Reich no se puede volver a repetir?

Con estos preceptos, nos enfrentamos a un profesor que comienza un experimento en su clase. Reducir poco a poco la libertad de sus alumnos, convirtiéndolos en meros instrumentos al servicio de la colectividad. La idea se le va de las manos:

Arriba a la estación, 'El tren de las 3.10'

Los vaqueros han muerto al oeste de la cámara. Pocos indios campan ya por las anchas llanuras del séptimo arte y son inapreciables los ecos de revólveres. Ni el Sin Perdon (1992) de Clint Eastwood -con cuatro Oscars sobre la espalda- consiguió revivir un género maltrecho y denostado, olvidado por los cineastas de medio pelo, que se empeñan en retratar una sociedad filmada hasta el más ínfimo detalle.

Ha tardado un año en llegar a las pantallas españolas, pero El tren de las 3.10 ya llevaba desde el 2007 deleitando al público estadounidense. Es una pena que películas como esta tarden tanto tiempo en llegar a las salas y eso que no deja de ser un film comercial. James Mangold se ha atrevido a remakear el clásico homónimo de Delmer Daves de 1957 y no ha defraudado.

En esta ocasión son Russell Crowe -como el corrosivo líder de una banda de asaltadores- y Christian Bale -un bondadoso padre de familia- los que se enfrentan en el cartel. No hay odios ni pugnas pasadas de por medio, tan sólo el dinero contante y sonante. Pero la humanidad no se puede simplificar y lo que comienza como una relación comercial, termina fragando un respetuo mutuo por lo que cada uno representa.

Los protagonistas se compenetran, dialogan y prometen al público escenas de acción al más puro estilo western. La historia no flaquea en ningún instante y el espectador siente el regustillo de las áridas tierras del Far West. Además, en ciertos momentos se aprecian claras referencias al cásico de Dos hombres y un destino (1969) de George Roy Hill -protagonizada por los excepcionales Robert Redford y Paul Newman-.

El cine le debe tantos grandes momentos a las rechinantes puertas de los Saloons, a los jinetes caidos una y otra vez al alcance de las balas, que uno de los constantes premios honoríficos debía de otorgársele a este género olvidado. Es una pena que los niños ya no pidan sombreros y pistolas por Navidad, es una pena que ya no se escuche su algarabía mientras el héroe se aleja solitario por la llanura.


Vuelve a sonar Affleck: 'Adios, pequeña, adios'

Una antigua fábula española -andando de por medio Tomás de Iriarte- repite hasta la saciedad la casualidad de que un burro tocara la flauta de manera magistral. Ben Affleck sufría, hasta hace poco, del mismo sintoma. No eran pocos los que acusaban al actor de haber sido tocado por la vara del azar al escribir el guión de El Indomable Will Huntig (1997) y, los mismos, otorgaban a Matt Demon la autoría de la calidad artística que se halla en la cinta.

Para acabar con este desgraciado estigma, Affleck decidió adaptar una novela de Dennis Lehane, originándose así la semilla de Adiós, pequeña, adiós (2007). Desde un principio debía saber las llagas que le podía generar esta decisión, debido a que Clint Eastwood ya filmó en su día una excepcional versión de otra obra del mismo autor: Mystic River (2003). Y aunque el joven cineasta no consigue emular la maestría del gran Harry el Sucio, sí que supera las imperfecciones de toda ópera prima y se adentra en los entresijos de un drama irrespirable.

Acusada de oportunismo -por el caso de Madeleine McCann-, la película es mucho más que una simple recreación del secuestro de una niña. El metraje enfrenta al espectador consigo mismo, juega con la doble moral de toda persona e interpela al público de manera clara: ¿El fin justifica los medios? Los personajes son las piezas de un rompecabezas que la propia narración se encarga de hilar sin matices, conjugando las interpretaciones de los protagonistas.

Los errores que se puedan cometer están en el lado de lo técnico, en ciertas impresiciones fotográficas, porque algunas escenas podrían haber dado mucho más. Pero no se puede criticar el correctísimo guión y los diálogos estremecedores. Además, la cinta tiene algo de tramposa. En varias ocasiones se prevee un final sencillo, sin complicaciones éticas. Pero nada más lejos. La película empieza a alargarse en minutos y todo se dirige hacia un enfrentamiento existencial.


El pasado marca a la 'Gente Corriente'

Cuando se habla de Gente Corriente (1980) -dirigida por Robert Redford- se puede llegar a encasillar esta película en el género dramático. El problema de este argumento, simplista y reduccionista, reside en que esta cinta no ofrece sólo al espectador las penas retenidas en la lágrima fácil. El cineasta estadounidense descarta este recurso para -interpretando de manera excepcional, tanto él como todos los actores, el guión de Alvin Sargent- adentrarse en los problemas de una familia estadounidense.

A causa de una desgracia, el modélico entorno de los protagonistas se rompe de manera radical y el pasado se convierte en el eje fundamental de unos personajes que, o se odian o se aman, pero siempre enmascarados por el qué dirán.

La fotografía característica de principios de los 80 se muestra como el marco perfecto a la hora de ensalzar la mediocre ordinary people de los EEUU. Dentro de esa tendencia de Redford a la fábula moral , esta vez -debe ser por el hecho de ser su ópera prima- se conforma con una pequeña crítica y avanza por los entresijos de las relaciones personales.

Aunque fue nominada a seis Oscars y levantó cuatro de ellos -ganando a Martin Scorsese y a su Toro Salvaje (1980)-, lo que restara de este film son las magníficas interpretaciones. Nadie podría dotar a un personaje de tanta frialdad como lo hace Mary Tayler. Por su parte, el jovencísimo Timothy Hutton arranca el ritmo perfecto de los diálogos que, junto a Donald Sutherland, generan un dramatismo profundo y perfeccionista.

La BSO de 'El caballero oscuro' descartada para el Oscar

Internet es un foro inmenso donde se explaye cualquier realidad humana y, más aún, una tan presente en la sociedad internacional como puede ser el séptimo arte. Las críticas, ideas, blogs, comentarios, etc. son numerosísimos y pocos países escapan a las nuevas tendencias impuestas por la red.

En este sentido, también los rumores están al orden del día. En el caso de El caballero oscuro (2008), más concretamente de su música, son ya muchos los portales que anuncian que la academia estadounidense ha descartado para el Oscar la banda sonora del último trabajo de Christopher Nolan.

Supongo que habrán sobrevivido a la criba otras de mayor calidad, pero aún me estremezco recordando la escalofriante ambientación que el metraje conseguía a través de su B.S.O. Una prueba:


No me creo que el lobo ahulle de verdad

Después de ver [REC] (2007) - de Jaume Balagueró y Paco Plaza- y El orfanato (2007) -de Juan Antonio Bayona- volví a ilusionarme con el cine de terror. Hacía mucho tiempo que acudía a las salas con cierta reticencia hacia este tipo de películas. Tal vez, porque no disfrutaba con ninguna desde que viera en mi adolescencia El exorcista. El montaje del director (2000), reposición en los cines de la original de 1973. A estas cumbres del género le siguieron mis favoritas en su correspondiente DVD: Los chicos del maíz (1984) o It (1990). Pero ahí se acabó lo bueno y comenzaron las decepciones: primero Reflejos (2008) y ahora Wolf Creek (2005).

Es verdad que esta cinta, de producción australiana y dirigida por Greg McLean, muestra un argumento más sólido que los precedentes a los que recuerda -sobretodo a Hostel (2006) de Eli Roth-, pero la fórmula que emplea no es nada original: la sangre como elemento más representativo. A partir de aquí hay que reconocer que la historia puede llegar a convencer, pero la base del metraje gira en torno a la incomodidad del espectador hacia la violencia injustificada.

La trama narra como tres jóvenes viajeros se quedan tirados en medio del desierto -¡qué raro!, el coche no arranca- y como son recogidos por un amable lugareño, que luego no resulta ser tan agradable. Los personajes rechinan y los diálogos sobran, basicamente porque el efecto que busca la película se fundamenta en una road movie de salvajismo y crueldad.

Aunque se aleja del prototipo de terror adolescente, la intensidad dramática brilla por su ausencia. Las escenas y situaciones no son creíbles, por más que los guionistas se harten de repetir que está basado en hechos reales.


Pena de muerte, 'Gomorra'

Sentarse en una silla y leer o ver tu propia condena de muerte debe ser algo muy duro, inimaginable para muchos. Pero Roberto Saviano tiene que soportar día tras día ese peso en su espalda. Autor de uno de los libros más vendidos y premiados en 2007, Gomorra, ha sido trasladada al cine el presente año con un título similar, aunque detrás de la cámara se encontraba Matteo Garrone.

Ha sido en Sevilla, en el Festival de Cine Europeo, donde el periodista amenazado se ha dejado ver por última vez. El motivo: la presentación del film en las pantallas españolas. Hasta última hora se desconocía su asistencia y ni siquiera las entrevistas a los diarios estaban cerradas. Todo es poco para salvaguardar la cabeza más amenazada de Italia.

Este napolitano se ha convertido en la auténtica víctima de su éxito. La Camorra sigue campando a sus anchas entre la corrupción política y el miedo social, pero son ya cuatro los guardaespaldas que deben velar por la vida de quien ha renunciado a la misma. Sabía seguramente lo que le costaría esa publicación, pero también conocía la necesidad de plasmar su testimonio.

La complicada sencillez de lo entrañable

Hay películas que se degustan. Son como el mejor manjar de un restaurante de cinco tenedores. Hay que sentarse en la butaca, saborear lentamente sus imágenes y disfrutar de todos los aspectos que ofrece. Aquí es donde entra el maestro Roman Polanski, un genio de lo audiovisual, que maneja las texturas como nadie y sabe dotar a todas sus cintas de una entrañable finalidad moral, más cerca de la fábula escrita que del séptimo arte.

Es entonces cuando nos acercamos a Oliver Twist (2005), un relato infantil con la suficiente carga dramática para un adulto y la necesaria dulzura infantil. Con una estructura clásica y una necesaria condensación de contenidos -en relación al texto original de Charles Dickens-, el cineasta consigue crear una historia independiente y creíble, tan verosímil que sus personajes forman una trama coral espléndida en lo narrativo.

Los protagonistas se dejan querer y odiar de una manera sencilla, sin trabas, tan fácil como en los cuentos infantiles. El metraje consigue adentrar al público en un mundo guíado por la inocencia de los ojos más pequeños, contrastado siempre con la avaricia de los malvados y supervisado por la constante presencia de la bondad de los héroes -que alguno queda-.

Esta pieza tiene un carácter atemporal perfecto, alejado de prejuicios injustos. Con una fotografía cuidada, rozando la perfeccion, y un montaje dinámico. Es para sentarse, agarrar el bol de palomitas y disfrutar de la difícil sencillez que algunas películas trasmiten.

La familia también llegó al Vaticano: 'Los Borgia'

Las grandes producciones españolas suelen tener un mal punto en común: su escasa calidad artística. Esta película, Los Borgia (2006), no iba a ser una excepción. Aunque parte de un concepto bastante acertado a la hora de enfrentarse al cine histórico, que la llegan a hacer entretenida, la narración peca de demasiada linealidad.

Los personajes son excesivamente planos -no sufren ninguna evolución a lo largo de la cinta- y están tan definidos a uno u otro lado, buenos y malos, que se hacen aburridos los enfrentamientos que entre ellos pueda surgir. A esto hay que sumarle la multitud de escenas inconexas con el que se plaga el filme, con una evidente falta de capacidad por parte de su director -Antonio Hernández- para manejar las elipsis, lo que le resta gran verosimilitud al metraje.

Sería excesivo mandar a la hoguera a todo el reparto, pues entre todos los resquicios fotográficos y musicales -la ambientación es tan correcta como previsible- encontramos a un formidable Antonio Dechent. Los registros de este brazo ejecutor de César Borgia, auténtico protagonista, consiguen estremecer al público y dotar a la historia de la suficiente fuerza dramática para no abandonar la sala o apagar el DVD.

Con cuatro nominaciones a los Goya, la película narra la historia de la familia de Los Borgia. De orígenes valencianos -despreciados en Italia por considerárseles extranjeros y ambiciosos por encima de todo y todos-, sus miembros consiguen alzarse con el cetro del poder del Vaticano. De ahí se parte para navegar por los entresijos palaciegos de una Iglesia corrupta y falsa.

Por todos los puntos en común -ambiente, curas, etc.- recuerda a la mucho más compleja Lutero (2003) de Eric Till. Aunque tan sólo son pequeñas pinceladas comunes, porque el resultado final es muy distante.


¡La risa animada también nos vale!

Dreamworks vuelve con mucha fuerza y apostando por el cine animado más divertido. En esta ocasión nos encontramos con Monsters vs Aliens (2009) -se espera para marzo-, película en la que un equipo de graciosos monstruitos se enfrentará a unos alienígenas que quieren invadir la Tierra.

Para ir abriendo boca, ya podemos ver el primer tráiler, realmente divertido. Parece ser que la gran animación vuelve. ¡Ay!, como añoramos Shrek (2001) o Monstruos S.A. (2001).

Cómo no saber poner el punto final

Las series de televisión encuentran en el desgaste su principal inconveniente. Lo que es una buena idea puede llegar a degenerar y perder toda la frescura inicial. Es el caso de The 4400 (2004-2007). Nació como una miniserie con tan sólo cinco capitulos en su primera temporada: 4400 personas que habían desaparecido sin dejar rastro regresan en una bola de luz -emergen como fantasmitas- y con poderes sobrenaturales.

Con una trama sencilla, los guionistas quisieron aprovechar el éxito. Pero el problema empezó a verse venir cuando las relaciones y enfrentemientos entre los personajes se enrevesaban cada vez más. La historia ya no era verosímil.

Con una cuarta temporada horrible, el público renunció a entenderla y a esperar un final creible. Además, los niveles de audiencia empezaron a caer en picado -como los artísticos- y los responsables de la cadena USA Network decidieron cancelarla.

Hicieron bien, hay veces que las cosas no dan más de sí. Y este era el caso. Pero la gente no aprende. Nos encontramos ahora un caso similar en Prison Break. Sus orígenes son los mismos -sólo iba a ser una miniserie de una temporada-, pero al final nos encontramos con Scofield pululando por Los Ángeles sin hacer, decir o mostrar nada de manera oportuna. Una pena, pero también hay que saber poner el punto final.