Cuasi-perfecto: 'Los cronocrímenes'

Le sobra media hora. Así de sencillo. La ópera prima de Nacho Vigalondo, Los Cronocrímenes (2008), insulta -en el buen sentido- al espectador. Aunque tiene la suficiente consistencia narrativa, el cineasta abusa de las explicaciones argumentales y provoca que durante cierto periodo de tiempo la cinta se haga previsible.

A pesar de esto, el film es gamberro y atrevido. Explota una estética realista heredada del cine español de las últimas dos décadas y se enfrenta a un género -la ciencia ficción- denostado por la crítica patria.

El cineasta juega con su ya utilizado -7:35 de la mañana (2004)- estilo errático, que conduce a los personajes por un estrambótico camino tan imprevisible como esperado. Es decir, conocemos el final, pero dudamos de si en algún momento la trama girará de tal manera que la incertidumbre invada todo el espectáculo montado por el director.

Lo peor de todo es la potencialidad desperdiciada. Al salir de la sala tienes la sensación de haber visto una película correcta, incluso buena, pero te recorre ese amargo regusto de saber que podría haber habido mucho más. Los límites generados por el guión se extienden al resto de la obra. Los escasos personajes -sólo cuatro- reducen el campo de acción de los sorprendentes reveses que podría ofrecer la óptica con la que Vigalondo se enfrenta a los viajes en el tiempo.

Lo mejor, que la esquizofrenia de Karra Elejalde también se deja ver. Elegir a este actor como protagonista fue un auténtico acierto, ya que su carácter paranoico e irreverente traspasa la pantalla y conecta con el público. Es el héroe imperfecto necesario para el crimen perfecto.

Tráiler de Los Cronocrímenes:

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