El producto Potters

Segundas partes nunca fueron buenas. Viejo refrán omnipresente en el séptimo arte y que muchos creyeron acabado con El Padrino II (1974). Una pena que se equivocasen entonces, porque si deprimente era la segunda entrega de Harry Potter, imagínense la cuarta, Harry Potter y el cáliz de fuego (2005). Tal vez, lo único positivo que se pueda decir de esta cinta, es que ritmo no le falta. Eso sí, para conseguirlo, el director -que por primera vez en la saga es inglés, Mike Newells- dispone una sucesión de escenas inconexas, donde los rápidos y continuos cortes provocan que el espectador pierda el sentido de lo que está visualizando.

En cuanto a la trama, más de lo mismo: el pequeño Potter tiene que vencer de nuevo a Voldemort. Mientras, se produce la competición de los tres magos -que esta vez son cuatro, representantes de los tres colegios y, mira tú por donde, Harry-. A esto se le suma un escaso desarrollo de los personajes, demasiado estereotipados: un fortachón que se liga a la amiga de Potter, la preciosa chica que encandila a Ron y el típico lider de las comedias adolescentes.

Newells aporta a la cinta un oscurecimiento de la imagen y muchos más efectos especiales de lo que hicieron sus antecesores. Con esta fórmula, el realizador intenta saciar la imaginación de los espectadores. Algo que por si sólo el guión no consigue. Por su parte, las actuaciones de los jóvenes protagonistas dejan mucho que desear, tirando a vergonzantes y ridículas. Los actores restan verosimilitud y tensión al film. Personajes acartonados e irreales.

Harry Potter sigue siendo un producto de Hollywood para hacer dinero. El objetivo no es otro que atraer a los cines al mayor número de personas; sabiendo que la prolongación de las salas se hallará en las tiendas de merchandising.

Tráiler de 'Ben X'

Desde Bélgica -aunque coproducida con los holandeses- llega una de las películas más atrevidas e innovadoras. Dos años despúes de su estreno, arriba a las pantallas españolas Ben X (2007) de Nic Balthazar. Mezclando realidad y ficción, el cineasta se adentra en el mundo de los videojuegos. Un adolescente, objeto de burlas en el instituto, desarrolla su personalidad en un juego online. El enfrentamiento entre lo que realmente se es y lo que se quiere ser conformará el eje de esta producción europea. El tráiler es sinceramente alucinante:

De la SGAE, Ramoncín, Borau y la Warner

Por ahí andarán los hipócritas de la SGAE. Esos señores que piden respeto legal hacia sus creaciones, pero que infringen los derechos de los demás colándose en eventos privados como bodas, comuniones o bautizos -la tradicional BBC-. Es lo que tiene el dinero y el poder. Primero impusieron un canon a todos los ciudadanos y el PSOE tragó -como lo hubiera hecho cualquier otro partido-; y después emprendieron procesos judiciales contra particulares o gente que descargaba archivos desde su casa -algo absolutamente PERMITIDO en España-. Ramoncín hizo bien en huir de la presidencia. El que fuera icono de la subversión no podía encabezar una organización que despierta tales odios entre gran parte de la población. En su lugar pusieron a José Luis Borau, más acorde a la imagen de tal ente.

El problema de estos individuos, con ojos a lo Gran Hermano, es que en vez de innovar; han decidido apostar por un sistema represivo. Se quejan de las descargas, de que la gente no va al cine a verlos, que si patatín o patatán -aunque siguen incrementando sus ingresos-. Pues bien, mientras ellos piensan que internet es el ogro de la ciénaga, otras productoras apuestan por él. Ya son numerosas las páginas donde, por un precio módico y muy aceptable, puedes ver filmes o escuchar música.

Incluso la Warner ha ido más lejos. La legendaria compañía decidió abrir su archivo cinematográfico y poner a disposición de todos un sistema de pedidos de todas las cintas que posee. Es decir, hagamos cuentas. La Warner cuenta con unas 6.700 piezas, de las cuales sólo 1.200 han llegado alguna vez a los estantes digitales del público -y sólo 5oo más se editaron en VHS-. Ahora, desde la web www.warnerarchive.com, se puede comprar películas descatalogadas por sólo quince euros o descargarla por once. Aunque aún sólo hay 150 títulos disponibles, se espera ir aumentando la cifra a un ritmo de 20 o 30 semanales.

Evidentemente detrás de este altruista gesto hay un importante negocio e ingresos económicos. Pero, ¿no ven la diferencia? Mientras unos se quejan y acusan a los demás de ladrones -e incluso el Ministerio de Cultura saca un decálogo falso y manipulado sobre la mal denominada piratería-, los de más allá del Atlántico también se quejan, pero además piensan. Cosas de cada industria.

La americanada del Zorro

Al igual que Cristo en el Nuevo Testamento, el Zorro comienza La leyenda del Zorro (2005) diciéndole a su mujer Yo soy el que soy. Así, auguraba algo que ya debió pensar Catherine Zeta-Jones: esta historia está acabada. La continuación de La Máscara del Zorro (1998) empieza con el divorcio de la pareja protagonista y termina con el del público y el director. En esta ocasión Martin Campbell carece de imaginación, pues en el film se echa en falta más elementos que añadidos hay. Lo único relevante en esta secuela de capa y espada, lo hallamos en la aparición del joven Joaquín -Adrián Alonso-. Este personaje, hijo del enmascarado, regala una escena (la pelea con su profesor) lo suficientemente divertida como para salvar durante unos minutos la película. Después, seguimos aburridos.

En cuanto a los protagonistas, hay que hablar de ellos con despecho. En esta segunda entrega traicionan el espíritu que empujaba a los espectadores de la original a agarrar un antifaz e impartir justicia. Hasta el caballo, de nombre Tornado, conecta más con la audiencia que Antonio Banderas, muy lejos de ese prometedor actor español que marchó a Hollywood. Por su parte, Zeta-Jones no consigue transmitir la verdad de su personaje: es artificial y diáfana.

Por si todo esto no fuera lo suficiéntemente decadente, el personaje protector del pueblo mejicano se pone al servicio de la causa estadounidense. Durante dos horas, la cinta intenta encandilar al público sobre las maravillas de la coalición norteamericana e, incluso, me atrevería a hablar de propaganda panfletaria.

Realmente, el error de la película deriva de un guión sin fuerza, innovación o imaginación. Tal vez, tenga mucho que ver la marcha de Ted Elliot y Terry Rossio, los guionistas que elaboraron la primera parte y autores también de Shrek (2001) o La maldición de la perla negra (2003).


La censura indiscreta

Este mismo mes y en dos ocasiones, dos cineastas españoles han trasladado su quehacer audiovisual a la pequeña pantalla. Primero, se habló de Vigalondo y su relación con Pikolín. Después, Javier Fesser daría su respuesta conjugándose con Iker Casillas. Pues bien, los spots publicitarios son también una buena academia para la experimentación. Ya lo hizo en su día Alex de la Iglesia -con FNAC-. En esta ocasión, traemos un anuncio de XBOX que fue censurado en la televisión. Debió ser que a los defensores del telespectador les dolían los ojos de ver tanta basura y, cuando le pasaron una original muestra de ingenio, no supieron apreciarla.


El arte se discute, el fundamentalismo no

Aunque nos pongamos exquisitos o rácanos, peregrinos o extravagantes; el divagar sobre el relativismo del arte -ya sea la pintura más abstracta, el cine más surrealista o la escritura más encriptada- nos puede llevar a concluir la concepción del arte como una oposición hacia los estándares dogmatizados o prejuicios instaurados en la sociedad. Desde luego, no estamos lejos. Si entendemos esa premisa como una incitación a la originalidad y a la creación sin límites ideológicos, llegaremos a observar el impulso sufrido por los autores cuando se les impide el desarrollar su capacidad.

En el cine es exponencial esa presencia. Los poderes establecidos comprenden desde hace tiempo el poder supremo de la imagen. Por supuesto que la palabra tiene una hegemonía intelectual -que se lo digan a Saviano, excluido de la vida por unos indeseables-; pero primero la fotografía y derivados (carteles y anuncios), y posteriormente el séptimo arte, han hecho del dicho ver para creer un estándar que arriba hasta la creencia a través de la observación.

Y los fácticos saben que lo que está a su favor también puede estar en contra. Si nos trasladamos hasta la India, hallamos el caso perfecto. Extremistas hindúes paralizaron el rodaje de una película de Hemant Hegde porque en una secuencia aparecía una estatua de Chaplin. Demostrando su ignorancia, argumentaron que cómo se iba a colocar a un personaje cristiano en tales parajes -olvidando que el actor británico era agnóstico declarado-. Por supuesto, las autoridades locales apoyaron el movimiento. Incluso un líder local del partido gobernante demostró su espléndido raciocinio: "Si los locales están en contra de esta estatua, yo también estoy en contra. ¿Por qué uno debe preocuparse tanto por Charlie Chaplin, que ni siquiera era indio?", declaró a The Times of India.

Trasladándonos poco a poco a parajes occidentales, La Pasión de Cristo (2004) de Mel Gibson ya sufrió la crítica feroz de los fundamentalistas judíos, que acusaban al director estadounidense de endemoniar la figura de los judíos. En otros casos, es la Iglesia Católica la ofendida. Los periódicos acaban de publicar la invitación a boicotear Angeles y demonios (2009) -segunda parte de El código Da Vinci (2006)- y no se puede olvidar el movimiento contra Camino (2008), llevado a cabo en todos los medios de comunicación, incluido este blog.

Al final, hallamos una serie de fundamentalistas retrógrados que exigen un respeto hacia sus creencias -cosa absolutamente merecida-, pero que se hartan de vilipendiar el trabajo de los demás. Utilizan el desprecio y las etiquetas como armas de ataque. Pero como todo, al final, donde las dan las toman. La Pasión de Cristo (2004) es una muy buena película, seguramente la mejor de Gibson tras Braveheart (1995). Y, por supuesto, Camino es la gran obra maestra que nos dejó el cine patrio en 2008.

Sobre la ilustración del artículo: Os dejo la Discusión de la Divina Comedia con Dante, obra de tres pintores taiwaneses donde plasmaron a los que consideraron los 103 personajes más relevantes de la historia de la humanidad. Los autores no identificaron a ninguno de los que aparece en el lienzo y, aunque algunos son evidentes, la discusión para saber quién es quién está a la orden del día en foros y blogs. Entre los retratados, observamos grandes figuras del cine como Marilyn Monroe, Charles Chaplin o a Marlon Brandon caraterizado como el Padrino.

Mordió Spielberg en 'Tiburon'

Cuentan los rumores que cuando el compositor John Williams le mostró a Spielberg la base de lo que sería la BSO de Tiburón (1975) -Jaws para los cinéfilos-, al pobre director casi le da un soponcio. Sentado delante de su piano y con el cineasta a sus espaldas, el músico presionó de manera constante una tecla, para volverse después y explicarle al estadounidense que allí estaba la esencia de una obra maestra del suspense.

En resumen, es precisamente esa constante ausencia de lo conocido lo que encontramos en la película. Durante toda la cinta los protagonistas tienen que enfrentarse y controlar el terror psicológico que se desprende de lo sobrehumano, de lo que no controlamos o de lo que nos supera en fuerza y entendimiento. Lejos de las monstermovies de media tarde, Spielberg sabe merodear por las cercanías del miedo más primario del ser humano, explotando la cotidianidad para bailar por las dunas de las soleadas playas de Amity Island.

Además, Tiburón no es sólo el enfrentamiento del hombre contra la naturaleza, sino que se lee entre líneas una profunda crítica hacia la hipócrita sociedad, corrupta y enferma. Es el dinero lo que importa en ese pequeño pueblecito de los EEUU donde el escualo ha hecho su aparición. Ni dos muertes son suficientes para que el alcalde o los comerciantes se decidan por cerrar las playas, no vaya a ser que el poderoso Señor Dolar huya a los pueblos vecinos.

Años más tarde, ya en los 90 y en plena época digital -cuando se pudo dejar de lado las enormes máquinas que hasta entonces habían dado vida a los monstruos de Hollywood-, el creador de Indiana Jones volvería a reinventar el género, esta vez con Jurassic Park (1993) y con una nueva etapa de explotación del merchandising.

Pero hasta entonces quedaba mucho. Entre ello, disfrutar de un trío interpretativo de excepción. Roy Scheider es el moralista jefe de la policía, que parece cargar a sus espaldas la responsabilidad de todo el mal que se genera en la isla. A su lado se alzan dos personajes de altura, que absorben poco a poco el protagonismo de la cinta. Por un lado, Richard Dreyfuss es el estudioso de los tiburones que llega como ayuda al pueblo. Mientras que este se postula como un ser inteligente y pijo, joven y dinámico; hallamos a su antagonista montado sobre la proa de un barco. La versión moderna del Capitan Ahab se concentra en Robert Shaw, quien da vida a un corrosivo marinero, prepotente y cínico. Los tres conducen por el mar hasta chocar con sus pesadillas, para despedirse entre explosiones: "Sonríe, hijo de puta", le espeta uno de ellos al tiburón.


Happy Birthday, Simpsons: nos dejáis una intro

El 17 de diciembre de este año será una fecha importante para la historia de la televisión mundial y de la sociedad moderna. Los Simpsons cumplen 20 años de emisión. Es como un sueño hecho realidad, el poder seguir viendo las aventuras de esta familia es algo formidable para la salud mental de los que tienen que afrontar el día a día de un mundo hipócrita. Es un continuo soplo de aire fresco, donde las ideas se renuevan en cada capítulo. Puede que la premisa original se haya desgastado, que ya no sean los perfectos diablos de las primeras temporadas. Pero, joder, que sigan así por muchos años; demostrando que se puede hacer buena televisión. En su día tendrán un final, como todo. Triste y desesperado, será entonces el momento de analizar el tiempo que ha pasado desde que Lisa, Bart, Maggie, Marge y Homer abarcaran el tubo de imagen de ese objeto llamado tele. Es humor inteligente y para celebrarlo nos dejan una nueva intro que podemos disfrutar.

Tráiler de 'Drag me to hell'

Sam Raimi -el que fuera director de la entretenida Spiderman (2002), la aceptable Spiderman 2 (2004) y la nefasta y abominable Spiderman 3 (2007)- regresa a las pantallas. En esta ocasión vuelve al género que lo engendró y convirtió en el famoso director de Hollywood que es hoy. Sin olvidar que fue Posesión infernal (1981) la que le otorgó fama y fortuna -sobretodo sus secuelas de 1987 y 1992-, parece recrearse en el terror y controlar de manera perfecta los tempos del género. Por ahora, sólo tenemos el tráiler; pero Drag me to hell (2009) apunta maneras.


La cruzada del Sr. Jones

El Dr Jones tardó años en regresar. De forma correcta pero insuficiente, las aventuras del arqueólogo coparon las salas para decepcionar a los adeptos y entretener al resto de seres humanos. Dejando de lado el desastroso final de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008), en el film se recuperaba la esencia que hizo triunfar a la saga. Aventuras y humor, entremezclado y agitado por la acción impuesta por el látigo.

Aunque tiene dos predecesoras, Indiana Jones y la última cruzada (1989) es la gran obra maestra del género: la mejor película de aventuras de la historia del cine -era necesaria la negrita-. Por un lado encontramos a un Harrison Ford inconmesurable, que ha asumido ya hasta los minúsculos detalles de su personaje y que se deja llevar por la esencia de Indiana. Como fiel escudero, aunque con barba y voz de progenitor, Sean Connery cuaja como el obstinado padre del héroe, cuya evolución psicológica y emocional marca el devenir narrativo de la cinta. El que fuera, según algunos, el mejor 007, sabe desentrañar las virtudes de un historiador inteligente y orgulloso, que ha sacrificado su vida al Santo Grial.

Porque la mezcla de historia y superstición engancha. Los caballeros de las cruzadas parecen la antítesis perfecta para un mundo putrefacto, donde los nazis campan a sus anchas. Con un Adolf Hitler que sirve como excusa para uno de los momentos más emocionantes del film: a quién se le ocurriría la genial idea de que el propio Führer le firmara el diario al señor Jones.

Y para hilar los diferentes tejemajes de los personajes, hallamos un guión delimitado por la angustia de que algo tan bueno tiene que acabarse. Con un desenlace arrebatador, los giros de la historia se suceden. Hay que agacharse, saltar, conducir un tanque y caer por un precipicio. Con Petra y sus escarpados horizontes como espectadores de lujos, terminamos con la escena final más arrebatadora del séptimo arte. Recordando a los mejores westerns, los Jones, Brody y Sallah se alejan galopando, en pleno desierto y con una puesta de sol al fondo. Un magistral punto final en ese momento; aunque ahora tan sólo sea un continuará.


¡Me siento segurooooooo!

Empezamos la semana pasada con el anuncio de Vigalondo para Pikolín y, ahora, nos adentramos en el spot publicitario con otro de los grandes directores del cine español. Javier Fesser, quien triunfó en los últimos Goya con Camino (2008), hace cantar a Iker Casillas y recupera la esencia más loca de sus cortos y de El milagro de P. Tinto (1998). ¡Me siento seguro!


Como la cocacola o el capitalismo

La RAE es bastante concisa al respecto: "dicho de un autor u obra que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia". En mi caso me extiendo un poco más, divago e invento. Así, prefiero entender los clásicos como unos señores mayores -o muertos en su defecto- que han tenido por costumbre dejar en algún soporte reproducible un sinfín de sentimientos por despertar. Es un códice por descifrar que se esconde generalmente tras una carátula de DVD horripilante, trazada a mano, a falta en esa época de grandes sistemas informáticos con los que photoshopear a los protagonistas. Pero hasta esos carteles tienen un encanto augural, advirtiéndonos de que cómo no elijamos bien, el año de la película importará más que nunca; porque bodrios hubo siempre, pero si encima tienen un ritmo cinematográfico distinto al actual, vamos listos.

Y dirán ustedes que claro, que sí, que el Hollywood de los 40, 50, 60, etcétera, era grandilocuente y expresivo. Y yo contestaré que por supuesto, faltaría más. Pues así llegamos a La gran evasión (1963), un film de aventuras en un paraje limitado por nazis y alambradas de espino. Una cinta en la que su director -John Sturges- decidió que al despreocupado y pillo Steve McQueen debía sumársele otras estrellas del suelo de Hollywood. Encontramos a un escurridizo y listillo James Garner, al demasiado ejemplar Richard Attenborough, al entrañable Donald Pleasence y a Charles Bronson en su mejor papel hasta el momento -sin dejar de lado Los siete magníficos (1960)-.

La narración nos adentra en un campo de concentración nazi dedicado a retener a los oficiales enemigos. En este entorno, los cautivos intentarán realizar tres túneles de escape para ridiculizar al Tercer Reich y conseguir que éste tenga que dedicar hombres y esfuerzos en su re-captura. Tres horas de película que se pasan volando, gracias a un guión memorable y a unos diálogos encargados de impregnar cada escena de un ritmo alocado. Además, los fotogramas se acompasan con la frenética banda sonora de Elmer Bernstein, cuyos divertidos compases esconden -al igual que el film- un prodigioso y dramático final que se encarga de devolvernos a las líneas del horror de la II Guerra Mundial.

Comencé definiendo los clásicos porque estamos ante uno de ellos. Una muestra de buen cine, de arte con mayúsculas. Para todos los públicos, para los gordos y flacos, palomiteros y amas de casa, cinéfilos y gafapastas. Para todos. Como la cocacola o el capitalismo.


Tráiler de 'Ágora', lo último de Amenábar

Cinco años le ha costado a Alejandro Amenábar volver a las salas. Desde que dejara al público con la angustiosa y plana Mar adentro (2004), la recaudación del cine patrio se ha resentido, ya acostumbrado a los éxitos de taquilla y crítica que el director venía regalando desde su Tesis (1996). En el presente año nos devuelve al mundo romano del siglo IV D.C., donde los cristianos enpiezan a hacerse con el poder. Esto es el tráiler de Ágora (2009).


Pikolin paga, Vigalondo canta

Por si alguien echaba de menos a Nacho Vigalondo o el canto pegadizo y original de su 7:35 de la mañana (2004), el director español vuelve a escena. En este caso nos trae un anuncio en el que mezcla un ritmo endiablado con la estética más hogareña. El objetivo no es otro que pedirnos respeto para los vecinos y su amado descanso. El dinero lo puso Pikolin, pero es Vigalondo el que canta.