Les éntreintes brissés

En pocas horas cruzaré el umbral del Toison d'Or, compraré mi medio litro de Cocacola correspondiente (indispensable para disfrutar de dos horas de cine), me sentaré en un sillón ergonómico y me enfrentaré a la última película de Pedro Almodóvar, Los abrazos rotos (2009) -eso sí, con el agabachado título de Les étreintes brisées-. Es lo que tiene la mundialización, al menos aquí en Bruselas, que muchos estrenos llegan con retraso. Y eso que estamos en uno de los hogares del director manchego, admirado como réalisateur en tierras francófonas, incluida Bélgica.

Para afirmarse, ayer, en pleno Festival de Cannes, Almodóvar presentó a concurso su cinta. Dijo entonces que "Francia es el país que mejor me trata, tanto en taquilla como en lo que escribe; se me trata mejor que en España, los periodistas escriben con menos prejuicios". Tiene razón en parte. Por un lado hay quien -por incompatibilidades políticas- se niega a reconocer las obras magistrales del español. Pero también esta quien ensalza todo aquello que lleve la firma de El Deseo. Es algo que siempre ha ocurrido, lo cual no quiere decir que sea correcto, y que parte de la subjetividad del arte.

Pero Almodóvar es así y su ego teme que esa falta de reconocimiento patrio por su último trabajo pueda extenderse. Aunque alguien debería decirle que el prestigio internacional que ha forjado en la última década - gracias a las formidables, magníficas e inolvidables Todo sobre mi madre (1999), Hable con ella (2002) y Volver (2006)- no es flor de un día.

Pero Cannes es una plaga de egos, cosa que deben pensar los enviados especiales. También Lars Von Trier -autor de Bailar en la oscuridad (2000) o El jefe de todo esto (2006)- tuvo su momento y proclamó a las olas de la villa francesa eso de "soy el mejor director del mundo". Y llega hoy Tarantino y remata la función en la presentación de Inglorious Basterds (2009): "En mis películas yo soy el dios, el que crea y quiere a sus personajes".

Son así. Parte arte, parte promoción y marketing. Hay que vender una cinta y un producto; y qué mejor que aliñarlo con declaraciones que encajen perfectamente en titulares de periódicos, revistas y magazines. Lo mejor de todo ello es que, en unas horas, cuando se apaguen las luces y enciendan el proyector, solo quedaremos yo, Les éntreintes brissés y nuestro mano a mano. Que así sea.

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