Como la cocacola o el capitalismo

La RAE es bastante concisa al respecto: "dicho de un autor u obra que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia". En mi caso me extiendo un poco más, divago e invento. Así, prefiero entender los clásicos como unos señores mayores -o muertos en su defecto- que han tenido por costumbre dejar en algún soporte reproducible un sinfín de sentimientos por despertar. Es un códice por descifrar que se esconde generalmente tras una carátula de DVD horripilante, trazada a mano, a falta en esa época de grandes sistemas informáticos con los que photoshopear a los protagonistas. Pero hasta esos carteles tienen un encanto augural, advirtiéndonos de que cómo no elijamos bien, el año de la película importará más que nunca; porque bodrios hubo siempre, pero si encima tienen un ritmo cinematográfico distinto al actual, vamos listos.

Y dirán ustedes que claro, que sí, que el Hollywood de los 40, 50, 60, etcétera, era grandilocuente y expresivo. Y yo contestaré que por supuesto, faltaría más. Pues así llegamos a La gran evasión (1963), un film de aventuras en un paraje limitado por nazis y alambradas de espino. Una cinta en la que su director -John Sturges- decidió que al despreocupado y pillo Steve McQueen debía sumársele otras estrellas del suelo de Hollywood. Encontramos a un escurridizo y listillo James Garner, al demasiado ejemplar Richard Attenborough, al entrañable Donald Pleasence y a Charles Bronson en su mejor papel hasta el momento -sin dejar de lado Los siete magníficos (1960)-.

La narración nos adentra en un campo de concentración nazi dedicado a retener a los oficiales enemigos. En este entorno, los cautivos intentarán realizar tres túneles de escape para ridiculizar al Tercer Reich y conseguir que éste tenga que dedicar hombres y esfuerzos en su re-captura. Tres horas de película que se pasan volando, gracias a un guión memorable y a unos diálogos encargados de impregnar cada escena de un ritmo alocado. Además, los fotogramas se acompasan con la frenética banda sonora de Elmer Bernstein, cuyos divertidos compases esconden -al igual que el film- un prodigioso y dramático final que se encarga de devolvernos a las líneas del horror de la II Guerra Mundial.

Comencé definiendo los clásicos porque estamos ante uno de ellos. Una muestra de buen cine, de arte con mayúsculas. Para todos los públicos, para los gordos y flacos, palomiteros y amas de casa, cinéfilos y gafapastas. Para todos. Como la cocacola o el capitalismo.


1 comentario:

Alejandro Marcos Ortega dijo...

he visto trozos en uno de esos zappings que se hacen de vez en cuando, el cine basado en al segunda guerra mundial me cansa con rapidez, pero la veré.