A la confusión desde la extravagancia

La extravagancia es una de las facciones menos explotadas en el cine. Es cierto que el surrealismo invadió -en cierto sentido- el séptimo arte a principios del siglo XX, pero poco a poco se fue disolviendo en la marejada de vanguardias de entonces.

Por eso, siempre se agradece la originalidad y el sinsentido que algunos filmes pueden llegar a engendrar. El salir de una sala perdido y confuso es muy extraño en los tiempos que corren. En esta dirección, Mulholland Drive (2001) consigue plasmar en la gran pantalla un elemento primordial para la película: la confusión.

Los primeros treinta minutos del metraje son de difícil comprensión, pero cuando el espectador se siente cómodo y cree que controla la historia, David Lynch -el director de la cinta- ataca de nuevo para generar un desconcierto de altos vuelos.

Las secuencias tienen un sentido onírico tan elevado, que el público cree haberse dormido y haber despertado minutos después, habiendo perdido el hilo de la trama. Hay que estar muy atento, porque la película no tiene un único significado. El cineasta invita a cada individuo a participar de la historia y cerrar los círculos dramáticos originados.

Otro de los elementos fundamentales es el silencio. De hecho, la obra se inicia con su presencia y se cierra con su mención -creamos imaginar que son reminiscencias de La casa de Bernarda Alba de Lorca-. Además, los actores juegan con él, lo miman y lo utilizan de una manera muy acertada.


1 comentario:

Alejandro Marcos Ortega dijo...

Se trata de una película dificil de ver por lo que he leído, lo cual requiere de un esfuerzopor parte del autor, lo cual indica que no será un éxit en taquilla y que, por lo tanto, resultará una película interesante.