
Y es que el séptimo arte también tuvo su hueco en este periodo; y el español, cargado de subvenciones y con un saco de pretensiones intelectualistas a la espalda, sorprendió marcando una Edad de Oro, quizás la primera, del cine nacional. Nunca las calles de Hollywood aguantaron el paso de tantos españoles camino del Teatro Kodak, soñando con una estatuilla dorada, con los aplausos de las estrellas ya cinceladas en el suelo de Los Ángeles.
Decir Oscar en España es evocar a
Porque el tiempo se preocupará de colocar a Alejandro Amenábar en el altar deíctico que le corresponde, junto a los grandes del séptimo arte, a los enamorados de las proyecciones narradas en milímetros (ya sean en 24 o en otro formato), a los que disfrutan con las ingestas de palomitas y el olor de las salas, a los que no pueden evitar mirar hacia atrás en una película para ver las absortas caras de los espectadores. La estatuilla por Mar Adentro (2004) no se la concedió Hollywood, sino un destino previsor y juicioso. El mismo que anteriormente le encumbró, permitiéndole saltar de un género a otro como el mismísimo Kubrick: thriller, terror o ciencia-ficción.
Y mientras tanto, en ese estrecho margen que separa la fama de la técnica, lo vacuo de lo visible, Los Ángeles también tuvieron tiempo para ensalzar la fotografía y música española; para perderse en el laberinto del fauno y observar el paso de los cometas en el cielo.

Todo para dejar al final lo mejor, para despedir los diez años innombrables. Nunca nadie acertó a perfilar la psicosis tan bien como lo hizo Javier Bardem en No es país para viejos (2007), que supo vestir la paranoia con unos tejanos gastados, una chaqueta roída y un flequillo imposible; darle naturalidad a la locura y dotar a la muerte de una belleza intrínseca, con bombona de aire comprimido incluida. El madrileño huyó y persiguió a la vida en un western moderno, preocupado por fronteras inútiles y leyes sin sentido.
Y Pe y ese grito inolvidable (!Pedrooooo¡) y Cruz. Y la mano de Woody Allen concediéndole la eternidad en una película mediocre, pero con un papel delicioso, no apto para cardiacos. El español y el ingles entremezclados frenéticamente en Vicky Cristina Barcelona (2008); robándole protagonismo a Scarlett Johansson; invitando al espectador a odiar, amar, desear y detestar con ella, a recorrer las calles de la ciudad condal gritando y refunfuñando. Y todo para obtener al final el Oscar y hacer justicia; por haberla obviado tres años antes, cuando interpretó el que fuera quizás el papel de su carrera en Volver (2006), enfundándose los guantes y el delantal de cocina, el de Raimunda, y plasmando en la pantalla el realismo mágico del que hablara García Márquez. Tonos rojos para narrar la muerte y la vida, y el paso de la una a la otra; para decirnos que, cuando el fondo del paisaje se niebla y sólo podemos ver nuestras manos, el resto del mundo sigue existiendo.
3 comentarios:
Bueno, si nos sorprendes cone stos cacho de artículos, cais merece la pena la espera jejeje
Preciosa y profunda reflexón, comparto totalmente contigo la admiración por Amenabar y Bardem, dos grandes.
Un beso desde México
FELICES NAVIDADESSSSSSSSS!!!!!
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