Tenía en mi haber cinematográfico una espinita clavada, de esas que cuesta sacarla hasta con pinzas. Decidido de arrancarmela, me senté en el sillón y me dispuse a enfrentarme a La historia interminable (1984). Lo que esperaba fuera un referente del cine de ficción de los 80 empezó a aburrirme a los cinco minutos del gira que gira del DVD. ¡No pensaba que eliminar la astilla iba a doler tanto!
La cinta encadila durante los primeros cinco minutos. En esos instantes iniciales recuerda a la imprescindible La princesa prometida (1987), pero se pierde el encanto en cuanto nos adentramos en el mundo de Fantasía. Por un lado, no ayuda el encontrarnos unos personajes planos, aburridos e incluso patéticos -dejando de lado la palabra "rídiculo", superada con creces en este film-. Y por otra parte, la decepción nos invade cuando observamos como el potencial de la historia se pierde en un sinfín de transposiciones de planos sin sentido.
Nos desesperamos en una busqueda constante de la racionalidad narrativa, de la poca coherencia estructural que esperamos de una película de ficción. Pero es que ni siquiera hayamos unos meros hilos argumentales fuera de la ñoñería trasnochada del director. Si la excusa ante tal mediocridad es decirnos que se dirige a los niños, apaga y vamonos. Los niños no son idiotas -o, al menos, espero que no-.
No puedo simplemente sentarme ante el televisor y creerme a Bastián porque sí. Necesito una mínima excusa para volar con ese perro gigante y aburrido, mezcla de sabiduría milenaria y yinyang hippyoso. Me duermo, pierdo y aburro; divago sobre otras películas que podría estar viendo y deseo ansioso que los créditos hagan su aparición. Hasta me duele tener que guardar el DVD en su cajita. Estaría mejor en la basura: con el resto de mierda que allí se acumula.