No es larga, pero se hace interminable

Tenía en mi haber cinematográfico una espinita clavada, de esas que cuesta sacarla hasta con pinzas. Decidido de arrancarmela, me senté en el sillón y me dispuse a enfrentarme a La historia interminable (1984). Lo que esperaba fuera un referente del cine de ficción de los 80 empezó a aburrirme a los cinco minutos del gira que gira del DVD. ¡No pensaba que eliminar la astilla iba a doler tanto!

La cinta encadila durante los primeros cinco minutos. En esos instantes iniciales recuerda a la imprescindible La princesa prometida (1987), pero se pierde el encanto en cuanto nos adentramos en el mundo de Fantasía. Por un lado, no ayuda el encontrarnos unos personajes planos, aburridos e incluso patéticos -dejando de lado la palabra "rídiculo", superada con creces en este film-. Y por otra parte, la decepción nos invade cuando observamos como el potencial de la historia se pierde en un sinfín de transposiciones de planos sin sentido.

Nos desesperamos en una busqueda constante de la racionalidad narrativa, de la poca coherencia estructural que esperamos de una película de ficción. Pero es que ni siquiera hayamos unos meros hilos argumentales fuera de la ñoñería trasnochada del director. Si la excusa ante tal mediocridad es decirnos que se dirige a los niños, apaga y vamonos. Los niños no son idiotas -o, al menos, espero que no-.

No puedo simplemente sentarme ante el televisor y creerme a Bastián porque sí. Necesito una mínima excusa para volar con ese perro gigante y aburrido, mezcla de sabiduría milenaria y yinyang hippyoso. Me duermo, pierdo y aburro; divago sobre otras películas que podría estar viendo y deseo ansioso que los créditos hagan su aparición. Hasta me duele tener que guardar el DVD en su cajita. Estaría mejor en la basura: con el resto de mierda que allí se acumula.

De polacos e hindús

Me estoy aficionando a comprar películas extranjeras allí donde viajo. El hecho de poder verlas en inglés, francés o español ayuda (y mucho) a encontrarlas en medio mundo. Ya sea en versión original o en un indescifrable idioma local, suele acompañarse con unos subtítulos adecuados a los versos de Shakespeare, Molière o Cervantes -por ser tópicos, aunque poniéndonos un poco subversivos hablemos de Joseph Conrad, de Saint-Exupéry y de Mendoza-.

A lo que iba y por lo que todo esto viene al cuento. El éxito de Slumdog Millionaire (2008) en los Oscars de este año ha servido para traer a la palestra el alejado mundo de la India, imbuida esta vez por la estética occidental. No es la primera vez que ocurre, ya tuvimos en su momento La boda del Monzón (2001).

Y aunque parezca raro, es Bollywood el primer productor mundial de películas. A pesar de ello, en España es bastante desconocido. Pero no iba a ser igual en todas partes. Así, andando por Polonia -exactamente en una hosca y gris Varsovia-, me atreví a entrar en una especie de FNAC. El objetivo no era otro que encontrar uno de esos filmes del país y que esperaba lograr a bajo precio -el nivel de vida es muy inferior, un Kebab vale dos euros, un pasaje de autobus no llega a 30 centímos y una cinta de estreno no supera los cinco euros-.

Pues en ese paraje insospechado, donde el léxico parece insultarnos en cada vistazo, me encontré una estantería entera dedicada al cine Bollywoodiense. Entonces me pregunté porqué coño le gustaba a los polacos. Tras devanarme los sesos, no pude hallar repuesta y áun hoy me cuesta. Pero bueno, cosas de la vida. Al final, decidí alejarme de ese estante -creo que no estoy todavía preparado para enfrentarme a una de esas películas-. Me conformé con una foto y a huir.

Tráiler de 'Paranoid Park'

Tras hablar de Mi nombre es Harvey Milk (2008), la última película de Gus Van Sant, me parece apropiado traer el tráiler de la obra que este director realizó en 2007, Paranoid Park. Entre las curisosidades que rodean a esta cinta, hay que destacar que el casting de los jóvenes fue realizado a través de MySpace. A pesar de esta innovación y del gran éxito que tuvo este film en el Festival de Cannes, su repercusión en España fue bastante limitada. El tráiler me parece muy atractivo, así que esperemos que alguien se anime a verla.

Milk no emociona, pero argumenta

Al comenzar con una sucesión de fotografías e imágenes en blanco y negro, el director de Mi nombre es Harvey Milk (2008) -Gus Van Sant- pretende adentrarnos en la inmensidad de la trascendental. Intentando procurarse siempre un agarre en ese concepto tan ambiguo, el realizador se pierde en los entresijos del séptimo arte. A pesar de que logra lo que debería definirse como una película correcta y que camina por baldosas amarillas hacia la ceremonia de los Oscars -no olvidemos sus ochos nominaciones-; el principal problema del film lo hayamos en ese regustillo amargo que deja la incapacidad para aprovechar la historia de Milk, la primera persona abiertamente homosexual que accede a un cargo público en los EEUU.

Es verdad que la cinta cuenta con todos los ingredientes aptos para una gran obra dramática. No es menos cierto la sobrecogedora actuación de Sean Penn, matizando cada gesto, interpretando cada palabra con una sinderidad inquietante. Pero la receta falla. Principalmente porque no consigue emocionarme la lucha que se traen entre manos, porque los personajes más allá del protagonista se me hacen simples, monótonos y superficiales. No me transmiten su dolor.

Pero miremos el film desde una óptica política y social. Van Sant se atreve a reivindicar una lucha que parece superada o muy avanzada en algunas plazas de Occidente, como es el caso de España. Incluso en estos lares puede parecer otra pieza más del cine sobre homosexuales -recordemos que contamos con un gran artífice como es Almodovar-. Ahora bien, la aspiración del director es enfrentar el metraje con las amas de casa, palomiteros asiduos al multisalas o cinéfilos hollywoodienses. Es decir, hacer un cine social para el gran público; lejos de las pequeñas exhibiciones de capital.

Y observemos, finalmente, la idoneidad de emitir esta obra en el EEUU post Proposition Number 8, en el Vaticano que se niega a firmar una carta de Naciones Unidas a favor de la despenalización de la homosexualidad en el mundo o en la Europa que emite una versión censurada de Brokeback Mountain (2005). Además, en la cinta podemos ver que los argumentos homófobos son siempre los mismos -la ruptura de la familia- desde los años 70. Entonces servían como excusa para arrebatarles una serie de derechos -como el trabajo o la sanidad-, ahora para negarles el matrimonio.

El gran ritmo de una precoz 'Juno'

Tras el éxito de la agradable Pequeña Miss Sunshine (2006), los productores de Hollywood decidieron apostar por otro film pseudo-indie, de esos que sólo recuerdan en la estética al género y que beben del gran presupuesto de Los Ángeles. No es que Juno (2007) sea una mala película, pero se queda lejos de la estética indie que pretende y recuerda más a la nueva tendencia alternativilla-cool americana, esa que lleva unas All-Stars mal atadas y la cultura pop tatuada con sangre.

A pesar de ese falso engaño con el género, nos encontramos con un filme divertido y muy entretenido; donde los diálogos fluyen a una velocidad de infarto y se intercambian las reflexiones melodramáticas con las sobradas cínicas de sus protagonistas. Uno de las conversaciones más inteligentes se dan al elegir el color para pintar una pared, "Los hombres sólo distinguimos tres colores" confirma uno de los personajes.

Juno -Ellen Page-, una de esas muchas adolescentes rebeldes, se queda embarazada y decide tener el bebé para entregarselo a una familia de adopción. A pesar de que la atención pudiera centrarse en este frente, esa historia es la que menos importa, ya que el guión se adentra en describir el mundo de la joven. Escoltada por una amiga a la que le gustan los profesores maduros y un quasi-novio bastante lerdo, la precoz Junito intenta dar sentido a todo lo que le rodea. Para ello, la música indie-folk acentúa el paso de las estaciones, guías del hilo argumental.

No veo en la cinta esas reflexiones trascendentales de las que muchos críticos gafapastas -cada vez me gusta más este estereotipo- hablan. No es ese film tan innovador y fresco que nos quieren vender; eso sí, explota un ritmo frenético y desbocado que provoca que los acontecimientos se conduzcan sólos hasta el desenlace y que estemos deseando verlo. Hay mucha vida más allá. Además, siempre le daremos las gracias por convertir al Sunny Delight en un icono cinematográfico.

Tráiler de 'Roman Polanski: wanted and desired'

Hace treinta años, Roman Polanski -autor de afamadas películas como Chinatown (1974), El pianista (2002) y Oliver Twist (2005)- tuvo que huir de los Estados Unidos tras ser acusado de mantener relaciones sexuales con una menor. El director, que se encontraba en libertad bajo fianza, aprovechó para huir del país y desde entonces no ha vuelto a pisar suelo estadounidense. Este hecho, que podría haber llevado al cineasta a cumplir una larga condena, provoca en América una gran controversia y es el tema principal que se narra en el documental Roman Polanski: wanted and desired (2008). Por ahora, podemos ver el tráiler:

El mar se hizo de 'Capitanes intrépidos'

Hay películas que quedan en la memoria del público por lo entrañable de sus personajes. Fue el caso de Totó en Cinema Paradiso (1988) y, por supuesto, de Manuel en Capitanes intrépidos (1937). Basada en la novela homónima de Kipling, es en plena adolescencia del cine cuando el director Victor Fleming se atrevió con una dura y emocionante historia de pescadores.

El protagonista -Freddie Bartholomew- es un niño rico y engreido, que durante un trayecto en transatlántico cae al agua y es rescatado por un barco pesquero, donde tendrá que trabajar como el resto de la tripulación. Allí encontrará a Manuel -Spencer Tracy-, un portugués que vió como su padre moría en el mar y que ahora, años después, le canta a la vida con la única melodía que le enseñó su progenitor.

La primera parte se centra en describirnos al joven, manipulador y prepotente, que es expulsado de una escuela de élite tras acusar a un profesor de haber aceptado un soborno que el mismo había hecho. Es ese carácter el que confluye de manera deliciosa con el paternal Manuel, quien le ayuda en su viaje interior hacia la amistad.

El film no es sólo un clásico, es el vivo retrato de la perfección audiovisual. El ritmo narrativo nos encauza por los mares de la clase sencilla, que sólo ansía regresar con vida a su hogar para poder disfrutar del tiempo que le resta. Pero la existencia no es un resultado matemático, y esos reglones torcidos terminan por traspasar el cuaderno de notas. Es entonces, cuando todo parece ir bien, el momento en el que el revés golpea el rostro del joven para recordarnos que nada dura para siempre, que hay que saber continuar y disfrutar del momento y de los recuerdos. Así lo vaticinaba Manuel: ¡Ay mi pescadito deja de llorar! ¡Ay mi pescadito no llores tú más!